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I EN EL HOGAR. NACE UNA VOCACIÓN POLÍTICA

"Este Bernardo" -se ha escrito- "es hombre del sur. Su ciudad de origen es Nacimiento, uno de esos tantos pueblos chatos que más allá del Bío-Bío parecen perdidos entre las frondosas ramas del bosque austral. Su padre, que es juez del departamento y su madre, natural de Angol, después de largos años han logrado conservar este único vástago de su unión, un muchachito moreno y nervioso que parece tan frágil y delicado como un pájaro". (1)

Varios elementos cuentan aquí para conocer los primeros pasos de Bernardo Leighton por la vida. El año en que nace, 1909, esta muy cerca del siglo pasado, y en Nacimiento, ciudad próxima a territorio araucano durante toda la Colonia y parte de la República, se hacen visibles las huellas de ese período en las disputas por la tierra.

Su padre, don Bernardino Leighton, debe conocer como juez dichos pleitos, las más de las veces impregnados de terrible violencia, ejercida por el bandolerismo y el cuatrerismo que azotan la región.

El hijo sólo recuerda que en 1913 "se le rinde homenaje a mi padre a raíz de su traslado a Los Angeles".(2) La causa es la delicada salud de Bernardo y la virtual falta de médicos en Nacimiento.

"Mi padre, que era un hombre con mucho espíritu de juez renunció por mi salud a seguir ejerciendo esa profesión. Temía que en Nacimiento estuviera mal cuidada, pues allí sólo existía un médico, por lo cual se trasladó a Los Angeles a trabajar como Notario y Conservador de Bienes Raíces de esa ciudad. Un año antes de esta fecha había fallecido un hermano mío y esta amarga experiencia movía a mi padre a extremar los cuidados conmigo. Mi madre, por cierto, lo acompañaba totalmente."

Leighton evoca a su padre como "un hombre siempre buscador de la justicia, con mucho valor, arriesgando incluso su seguridad en numerosas ocasiones. A esa imagen se une la de una persona apegada a la ley, "que sostenía decididamente la idea de mantener nuestra organización jurídica en la vida nacional. De esto me transmitió mucho."

"Leighton, que es el hijo regalón, el hijo único cuya vida se defiende como frágil tallo de flor, no va a la escuela. Es hijo de magistrado, pero vive con el pueblo, goza de libertad y sólo sabe de la disciplina escolar cuando una hermana de Juan Antonio Coloma (destacado político conservador años más tarde) llega en las tardes a enseñarle los primeros cursos de preparatoria. Esa dulce maestra y su austera madre son el vaso femenino en que va creciendo su niñez. Ambas están formadas en la más clásica escuela cristiana, pero con la diferencia de que la maestra lo somete al molde riguroso de los ritos y la madre a un cristianismo sin prejuicios, vivido en espíritu y en verdad. Vivido tan en espíritu y en verdad, que Bernardo creció en la compañía de dos hermanos adoptivos, un niño y una niña que compartieron en el mismo hogar el pan de la fraternidad cristiana." (3)

"Fue una infancia tranquila, no muy alegre, porque era hijo único y muy enfermizo", dirá Leighton a una revista. (VEA 29-111-1973)

En 1921 se aleja por primera vez de su casa y va a Concepción, para estudiar como interno en el Seminario, Sección Seglar. Un año después se traslada a Santiago, e ingresa también interno al Colegio San Ignacio, de los padres jesuítas.

Este contacto con un mundo más complejo, agitado además por luchas políticas cada vez más enconadas, contribuye a ensanchar su visión de las cosas. En 1920 ha llegado a la Presidencia de la República Arturo Alessandri Palma, encabezando vastos sectores medios y populares que ingresan por primera vez a la escena política. Los sectores oligárquicos afectados resisten el nuevo hecho atrincherados en el Congreso Nacional, desde donde tratan de frenar la obra renovadora del Presidente. Es en este contexto histórico, que se le va paulatinamente haciendo consciente, donde Bernardo Leighton se transformará en político, en un proceso que durará menos de 10 años.

Su primera actuación propiamente política la realiza impulsado por sentimientos aún confusos cuando cursa, durante 1925, el 5o. Año de Humanidades (equivalente al 3o. Medio de hoy). Junto con su compañero Sergio Fernández Larraín, envía una carta de colegial al Presidente Alessandri, que acaba de regresar al poder, después de haber sido derrocado por los militares en el mes de septiembre del año anterior. Su contenido, que desconocemos, "era un grito de comprensión que partía del sitio más hermético de la oligarquía de Chile al más odiado representante del pueblo". (4) El testimonio citado indicaría que se trataba de un acto solidario, de apoyo al mandatario constitucional. De hecho la carta no fue entregada.

Es curioso este acto tan especial, porque no sólo desafiaba un sentimiento generalizado dentro del colegio, sino que mostraba independencia respecto a su padre, que era conservador y no miraba con simpatía a Arturo Alessandri.

Los primeros contactos con la política nacional los hizo Bernardo Leighton junto a don Bernardino en Los Angeles, durante las vacaciones de verano de 1924, en el curso de una campaña electoral bastante violenta. Por esos días "falleció el padre de Juan Antonio Coloma. Fue muy triste, porque sucedió con motivo de una intervención de un contrario político. Pero no fue un asesinato, sino que una desgracia. Para mis padres y para mí todo esto fue muy triste. Ellos fueron a verlo al lugar donde había caído. Yo también llegué en ese instante..." Aquí interrumpe Leighton su relato, probablemente porque vuelve a sentir la emoción de esos momentos. Como ya lo hemos visto, le unían lazos afectivos fuertes con la familia Coloma.

"En septiembre de 1924 se dio un golpe militar y fue derrocado de su cargo el presidente constitucional y democrático de Chile, que era don Arturo Alessandri Palma en su primer período presidencial. Fue un golpe de derecha en contra de un gobierno de izquierda. En Los Angeles, la junta militar designó intendente a un conservador, don Heriberto Brito, quien le pidió a mi padre leyera el bando donde se daba cuenta formal a la ciudadanía del cambio de gobierno. El intendente, aparte de la amistad personal y política, le pedía esto porque era el notario más antiguo, y también por su condición de Conservador de Bienes Raíces. Mi madre me contó después -yo me encontraba en ese momento en Santiago- que mi padre llegó feliz a contarle:

- M'hijita, prepáreme el chaquet y el tongo, porque tengo que ir a leer esto: ¡mírelo!

Mi madre lo leyó y le dijo:

- M'hijito, no se alegre tanto. Sería mejor que no leyera ese papel con tanto entusiasmo.

- ¡No! -contestó- lo leeré como corresponde...

Y salió muy feliz. Tomó una victoria acompañado por un grupo de uniformados, cumplió el encargo leyendo el bando y regresó a la casa muy satisfecho. Mi madre le reiteró:

- No debió haber andado tan contento.

- Pero m'hijita, si ha sido muy bueno. Ahora va a cambiar todo.

Pasó el tiempo y vino enero de 1925. Yo estaba en Los Angeles de vacaciones cuando el 23 de enero se produjo un nuevo golpe militar, promovido por oficiales jóvenes de izquierda, entre los que estaban Carlos Ibáñez y Marmaduque Grove. Pues bien, en Los Angeles cambió otra vez el intendente, siendo designado el mismo del tiempo de Alessandri, que llamó de inmediato a mi padre:

- Mire don Bernardino, me interesaría mucho que Ud., como notario más antiguo, leyera este bando.

Mi padre, que era un hombre muy dado a someterse a estas circunstancias respondió:

- Bueno intendente, yo obedezco.

Al llegar a casa mi padre, no pudo evitar el comentario de mi madre:

- No ve m'hijito que habría sido mejor no alegrarse tanto la vez pasada.

Recuerdo esto, porque en mi vida esta actitud de mi madre tuvo un alcance político muy grande. Me produjo mucha impresión, porque comprendí que la vida política había que tomarla en la realidad y con mucha objetividad. Mi madre fue mi maestra en esa y en muchas circunstancias. Ella siempre leía los diarios con espíritu de no tomar partido y dialogaba con mucha libertad con los que pensaban de otra manera. Mi padre, en cambio, siendo muy respetuoso también, tenía ideas más firmes y procuraba que ellas se impusieran entre los amigos."

Este testimonio personal es clave para entender el estilo de vida y la forma de hacer política de Bernardo Leighton. Fue su propia madre la que le mostró el camino del diálogo, la visión realista y desapasionada de las situaciones políticas, su tremenda relatividad. Incluso una cierta socarronería sana y alegre pareciera encontrar su raíz en la personalidad de su madre, doña Sinforosa Guzmán.

Hay otro recuerdo que contribuye también a lo mismo. Cuando cae Alessandri por segunda vez, en octubre de 1925, Leighton estaba en Santiago:

"Yo andaba por las calles del centro de Santiago y pasé frente a la Moneda. Ahí vi a mucha gente conversando animadamente. No había entusiasmo, pero sí mucha preocupación. Pregunté qué sucedía y alguien me respondió:

- Pero mire, si lo acabo de ver: el Presidente Alessandri ha salido sin sombrero diciendo 'me han vuelto a sacar los militares. Voy a ver a Barros Borgoño que vive cerca de aquí para que asuma como Vice-presidente de la República, tan pronto lo nombre Ministro del Interior'. (Este es el procedimiento de la Constitución de 1925).

Así lo hizo y esto me causó mucha impresión, pues Barros Borgoño había sido derrotado en 1920 en las elecciones presidenciales por don Arturo Alessandri, en una lucha muy intensa y difícil. Ahora el candidato derrotado con anterioridad era llamado por su vencedor de entonces a ocupar el cargo por el cual habían disputado tan arduamente. Esta forma leal de resolver un conflicto en sí dramático dejó ciertamente una huella en mí."

Lentamente, en la escuela de la vida, bebiendo de aquí y de allá, va germinando una vocación política.

En 1927, Bernardo Leighton ingresa a la Universidad Católica de Chile a estudiar leyes. Reconoce que lo hizo por influencia directa de su padre. Además, "en esa carrera veía yo las mejores posibilidades de servir y llevar a la práctica el pensamiento cristiano en el campo laico, civil, seglar. Esta idea, compartida también por muchos otros, se había ido formando ya en el Colegio San Ignacio, donde algunos sacerdotes la impulsaban con mayor o menor énfasis y eficacia".

Algún rol jugó aquí también la actuación de Carlos Ibáñez del Campo, que era desde hacía dos años el virtual dueño de la situación política nacional. No le gustaron a Leighton algunos actos arbitrarios de este caudillo militar, traducido en persecusiones, detenciones y abusos ejercidos contra personas de todas las ideas, entre ellos parlamentarios y dirigentes sindicales. Le desconcertó bastante que prácticamente nadie le opusiera resistencia a esta conducta anticonstitucional y que, mientras se llevaban a cabo detenciones y se enviaban muchos hombres al destierro, los partidos políticos proclamaran a Ibáñez candidato único a la Presidencia de la República. "Me acuerdo perfectamente que yo estuve en contra de esto. No lo compartía".

Pero los hechos definitivos que lo conducirían a la política tienen lugar en la Escuela de Derecho de la Universidad Católica de Chile. En el silencio impuesto por la dictadura, observando su actuar cada vez mas atentamente, cristaliza el político que, en el fondo, ya había en él. Sería acompañado y aún seguido por muchos otros, con los que llegaría a formar pocos años después el núcleo central de la élite dirigente del social cristianismo chileno.

Leighton reconoce que el carácter realizador y reformador que tuvo el gobierno de Ibañez le permitió gobernar sin grandes tropiezos durante los tres primeros años. Los problemas comenzaron a agudizarse en 1930, agravados en medida importante por la depresión mundial, hasta culminar con la caída de la dictadura al año siguiente. Durante todo este período previo a la crisis del régimen los jóvenes católicos no se dedican a la actividad política abierta. Tampoco pierden su tiempo.

"En esos primeros años del régimen dictatorial, los jóvenes católicos que estábamos en las universidades, o que trabajábamos en actividades en torno a las parroquias, no realizamos, salvo contadísimas excepciones, tareas de verdadero carácter político, pues, de hecho, no existía libertad efectiva para llevarlas a cabo. En la Juventud Católica de aquella época predominaba la formación doctrinaria y la acción social al margen de toda actividad política. En la Universidad Católica existía ya la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos, más conocida como ANEC, que dirigía en ese tiempo don Oscar Larson. Tenía algo más de diez años de existencia y concordaba muy bien con el movimiento de la Acción Católica que, a fines de la década de los 20, había empezado a promover vigorosamente ese gran papa que fue Pío XI. Yo participé en esta organización desde 1927 hasta fines de 1930. Durante 1928 debí suspender virtualmente toda actividad, para concentrarme exclusivamente en los estudios, debido a que estuve bastante delicado de salud. El 8 de noviembre de 1929 falleció mi madre, esto es, hace cincuenta años". (5)

Las circunstancias que movilizan a una persona a tomar un compromiso por toda la vida suelen ser casi insignificantes y hasta banales si se las compara después con su realización práctica. Así sucedió también con Bernardo Leighton, quien dejó registrados estos detalles en apuntes personales:

"A fines de 1930 mi actividad, desarrollada dentro de la ANEC sin connotación política especial, adquirió otro rumbo debido a hechos casuales, extraños y punzantes para mí. Guiándome por un aviso breve y curioso de un diario izquierdista, asistí a una reunión pública en el Teatro Coliseo, en la que un dirigente obrero, a quien en años posteriores conocí, informó sobre la existencia de numerosos trabajadores cesantes, venidos sobre todo de las minas paralizadas del norte, unidos a sus esposas y familiares y sujetos a una estricta prohibición de recorrer las calles de Santiago para obtener fuentes de vida por medio de ayuda o de trabajo. Yo me fui de inmediato a confirmar esta información y pude corroborarla plenamente. Se me ocurrió, en vista de estos antecedentes, crear en la ANEC un comité destinado a desarrollar una acción de solidaridad con ellos. Recorreríamos la ciudad pidiendo zapatos, ropas, víveres y medicinas. Necesitaríamos un camión o varios para recoger las ayudas. Para efectuar estos propósitos redacté una solicitud dirigida al Intendente-Alcalde de Santiago, un militar en retiro. Le pedía que nos autorizara a hacer circular una información sobre el problema de estos trabajadores chilenos y se obtuviera una colaboración concreta en favor de todos ellos. La petición incluía la repartición de los volantes y los camiones. El Intendente-Alcalde negó la autorización. Ahora bien, aunque la ANEC llevó de todas maneras a cabo esta actividad de solidaridad cristiana y social, la negativa de la autoridad me produjo una reacción diferente. Para mí quedó muy en claro la incompatibilidad que existía entre un gobierno dictatorial y la conciencia de los jóvenes católicos, que nos sentíamos solidarios de los trabajadores de Chile en los problemas básicos de su vida y de su actividad en la industria y la economía del país. Esta observación me hizo iniciar de inmediato mi actividad política en contacto reservado con muchos otros jóvenes que, bajo diferentes concepciones doctrinarias, coincidíamos en objetivos contrarios al gobierno, por su actividad opuesta al respeto integral de la Constitución. Así nació para mí la actividad política, que desde entonces jamás dejó de acompañarme."

Se ha escrito sobre este episodio tan significativo, haciéndose un intento de interpretar el probable proceso interior que experimenta Bernardo Leighton:

"La caridad responde con largueza, pero es necesario tener un gran camión para recoger los objetos y repartirlos. El problema, sin embargo, no es el camión, sino el permiso municipal. El Alcalde señor Parada niega el permiso porque le parece subversivo entregarse a tan humanitaria labor."

"Leighton, que ha ido cayendo peldaño tras peldaño a la realidad, se da cuenta por fin de lo que sucede. Lo que sucede es esto: cesantía en la clase obrera, silencio para ocultar el mal y dictadura para evitar que los cesantes protesten. O sea, lo primero no es buscar zapatos, ni ropas, ni pan. Lo primero es conseguir libertad. Y es en este vértice dramático donde Bernardo Leighton se encuentra con el imperativo de ingresar a la política de una vez." (6)

Puede haber alguna simplificación en estas consideraciones, pero ellas reflejan en esencia el vuelco que, a raíz de un hecho relativamente simple, sufrió la vida de Bernardo Leighton. Ya nunca más abandonará la vida política, convencido de que es en ese nivel donde se resuelven mejor los grandes problemas sociales o, al menos, desde donde se remueven los obstáculos mayores para avanzar hacia soluciones concretas. El gran prerrequisito para que el pueblo pueda aspirar a solucionar sus problemas es la libertad. Sin ella, la autoridad puede arbitrariamente bloquear cualquier proposición por tiempo indefinido. El aparato represivo se encarga de acallar las protestas y oculta, con su tremenda maquinaria, la realidad dramática de los hechos. En libertad puede empezarse por llevar el asunto a la consideración pública y presionar así hacia su solución. Esta convicción se encarna en Leighton muy profundamente hasta llegar a sostenerla a cualquier precio. Constituye una especie de ley fundamental o viga maestra que orienta y ordena toda su acción. Veremos su aplicación en numerosas situaciones que, a partir de entonces, le toca vivir.

Posted by Otto Boye 14:33 0 comentarios